martes, 26 de marzo de 2013

CARLOS ÁLVAREZ: ¡HASTA CUANDO QUIERAS...!

SIEMPRE SERÁS BIENVENIDO, MAESTRO
 

Carlos Álvarez dando instrucciones Elena Miral

Los pocos días que ha estado el barítono malagueño Carlos Álvarez en Pamplona no han pasado desapercibidos. Ha impartido unas Clases Magistrales que han merecido la aprobación y máxima nota por pare de sus alumnos, un ramillete de dos barítonos, un tenor y dos sopranos que con el pianista repertorista hicieron las delicias del público el pasado domingo en Baluarte. Luego había que ver a Carlos Álvarez de presentador e interpretando un par de obras con las dos sopranos haciendo felices a todos, en especial a las cantantes.


LA OPINIÓN DE UNA DE SUS FANS:


- "¡Qué lujo compartir el concierto y las clases magistrales con  Carlos Álvarez! Hay que ser "valiente" para realizar una audición con él. Me gusta mucho su forma de cantar...estilo "verdiano".
Estuvo a punto de abandonar la carrera de canto por enfermedad...
Muy buena idea  la de Eduardo Solano de traer a Pamplona a esta personas.
La pena es que no interprete ninguna ópera en esta ciudad...
Todo llegará ...así como las subvenciones".
E. L. E.
 

CONOCIENDO AL BARÍTONO MALAGUEÑO
SUFRIÓ DOS OPERACIONES DE GARGANTA
  
 

Carlos Álvarez tiene una saludable costumbre: mira para atrás lo justo. Si acaso, una vuelta por el colegio donde estudiaba de chico en Málaga y en el que, imagino, más de un balón habrá salido malparado. Ha aprendido a conjugar los verbos «esperar» y «confiar» en todos los tiempos, sobre todo en los futuros. Allá por 2009, un grave problema de garganta le impidió seguir con su ritmo habitual, vivir en las habitaciones de hotel –donde uno se sincera con el hombre que lleva dentro, aunque no exista azogue que lo refleje– y dormitar mientras cruzaba el Atlántico en un avión. Fue entonces cuando se cayó de bruces de los carteles del Teatro Real (no pudo estrenar en 2008 «Un ballo in maschera» junto a Marcelo Álvarez) y la Ópera de Viena. Tampoco pudo ser Ezio de «Attila» en el Metropolitan. Menudo jarro de agua fría. Dio la alternativa a su sustituto, Giovanni Meoni, lo abrazó y fue consciente de que debía esperar. Y se le escapó entre los dedos el histórico «Simon Boccanegra» de Madrid hace un par de años con Plácido Domingo. Ya no importa, pretérito perfecto. Han pasado dos operaciones y ha tenido tiempo de sobra para saber dónde estaba.


DESCANSO FORZOSO




 
Ha sabido esperar y volvió a Madrid tras cuatro años con el inmenso «Don Giovanni» con una agenda en la que existen compromisos hasta 20134, pero a su ritmo, con un «tempo» que ha aprendido a manejar. Nunca, ni siquiera en los momentos más duros, ha dejado de contestar a una llamada o responder un correo. El pasado verano inauguró el ciclo lírico Fanópera en el Teatro Nuevo Alcalá de Madrid, por el que pasaron también tres de las grandes voces del bel canto: Leo Nucci (en diciembre), Fiorenza Cedolins (octubre) y Aquiles Machado (noviembre). Durante ese tiempo de retiro no voluntario la comunidad lírica, de tenores, barítonos, sopranos y mezzos le ha echado de menos: «La verdad es que es un piropo continuo el que recibí".

Cuenta una anécdota vivida hace muy poco, cuando fue a escuchar a Plácido cantar el «Cyrano» en el Real: «Me quedé alucinado al ver que se creaba una pequeña revolución con mi llegada. "Ya sabes que aquí te esperamos para lo que quieras"», me dijo Mortier después de saludarme. 




CON LOS PIES EN EL SUELO

Cuando llegó su descanso forzoso, la crisis había ya asomado la cabeza: «Recuerdo que antes de estrenar "Un ballo in maschera", que ya no pude cantar en el Real, vaticiné que algo iba a ocurrir. Sabía que había que ser previsor porque podrían llegar tiempos mucho peores. Yo había hecho ya mi previsión y no quiero ponerme la flor que no me toca. Le estaba viendo las orejas al lobo. He visto a compañeros que no han tenido más remedio que trabajar porque hay que comer cada día y llevar el sueldo a casa, pero las condiciones no eran las mismas que tiempo atrás. La realidad es mucho más dura de lo que imaginábamos y yo he intentado tener los pies en la tierra todo el tiempo».

¿Se imaginan a un pianista que debe dejar de tocar porque le detectan un problema en las falanges de los dedos? Carlos Álvarez no tuvo más remedio que aparcar la voz. Seductor, vitalista y caballero, colgó de una percha a «Don Giovanni» y le dejó descansar: «Podía haberme quedado en un rincón y flagelarme, recordar el pasado, los aplausos. ¿Y luego qué? Habría sido un tiempo baldío. Tengo voluntad de superación y he pasado por momentos muy difíciles en los que el esfuerzo ha sido la clave para levantar la cabeza poco a poco. He notado que cada día me sentía mejor y que evolucionaba en el canto. Ahora me preguntan qué quiero cantar y el trabajo no me condiciona. Nunca me he engañado, he sido claro conmigo y sé lo que me permite la voz».



 

En estos dos años largos hay un viaje Málaga-Sevilla que querría no haber tenido que vivir: «Los médicos me dijeron que cabía la posibilidad de que pudiera no volver a cantar. No tengo recuerdo de ese viaje, de cómo fue. Estaba ensimismado al volante». No lleva anillos, dice, pero no se le hubieran caído, lo confiesa también, por «buscar otras alternativas de trabajo»: «Durante este tiempo no he parado de hacer, he descubierto mi faceta pedagógica, con la que disfruto un montón. Esto no se aprende en los libros. Me he obligado a tener la mente muy abierta». Sabe esperar, pero con humildad: «Me voy a poner a la cola. Soy absolutamente respetuoso con mi trabajo y el de los demás y sé que si levantara el dedo diciendo: "Aquí estoy, he vuelto", seguro que podía quitarle el trabajo a algún compañero, y no lo voy a hacer. Las ofertas me van llegando gradualmente y la jubilación va a llamar a mi puerta como a la de cualquiera, a los 67. He aprendido a darme cuenta de que los tiempos son distintos, lo que me obliga a disfrutar más de cada situación. Como dice Nucci, no me importa ser un tapagujeros», explica. Cuando pasea cerca del mar lo hace hoy con los cinco sentidos, lo mismo que cuando se sirve una copa de Ribera o cuando cata un trozo de queso. Empedernido lector, se ha rodeado de buenos autores. Y es que lo malo del parón ya lo conocemos todos. Aunque, parte buena, haberla, hayla: ha podido estar más tiempo y más cerca de su familia. Que se lo pregunten a sus hijos. Él recuerda el día en que Carlos, el mayor, de 14 años, le dijo: «Papá, para lo que necesites aquí estamos». Y le hizo una confesión al hilo de su retiro temporal: «Hemos pasado más tiempo juntos que en el resto de nuestra vida», le soltó a su progenitor. «Me han apoyado a la hora de seguir el proceso y se sienten orgullosos». Cuando recorre junto a sus hijos esos teatros de medio planeta en los que ha cantado y que vuelven a llamarle, les dice a los dos con orgullo: «Mirad, una de mis oficinas».


LA GUINDA DE PERELADA
 


«Carmen» en Viena y Mallorca le han servido de fogueo. Ahora, Carlos Álvarez prepara las maletas para viajar a Berlín (que es como su segunda casa), Viena (quizá la tercera) y Japón. En la ciudad alemana cantará un «Don Giovanni» que después llevará a escena en Peralada, el plato fuerte de esta edición del festival, un certamen donde al barítono también le esperan con cariño. Después, continuará su periplo en la capital austriaca, donde le aguarda una «Traviata», y hasta la lejana ciudad japonesa de Yokohama llevará de nuevo la mozartiana «Bodas de Fígaro». «No es la locura de antes, pero ya se comienza a notar el jaleo», asegura Carlos Álvarez. Y se le ve satisfecho.





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